La penalización es injusta, inútil e inmoral
Luis Pérez Aguirre (sacerdote).
(1941- 2001)
Católicas por el derecho a decidir de Nicaragua, les comparte el escrito del padre Luis Pérez, recordando su legado, en relación a la problemática de la vida de las mujeres.
Este artículo, * el primero que escribió sobre el aborto, le valió en su momento al sacerdote Luis Pérez Aguirre una sanción de la Iglesia Católica. Desde un punto de vista cristiano, el recientemente desaparecido sacerdote marcaba una posición absolutamente discrepante con las definiciones oficiales del Vaticano y de las autoridades de la Iglesia uruguaya.
Luis Pérez Aguirre La presentación de un nuevo proyecto de legislación sobre el complejo problema del aborto en nuestro país tiene de positivo el que se vuelva a hablar del tema sin tapujos. Pienso que el objeto central del debate debe ser siempre apoyar a las personas que se encuentran ante el doloroso dilema del aborto. Habría que dar signos claros en ese sentido dado que lo polémico del asunto hace que se tiendan a polarizar las posiciones en torno a si estamos ante un crimen o no, si hay que penalizar o despenalizar el aborto, si la persona empieza su existencia en tal o cual momento, etcétera.
Ayudará al esclarecimiento del debate puntualizar en brevísimos párrafos cual es la posición oficial de la Iglesia Católica respecto del aborto para luego explicar en qué puntos pienso que deberá avanzar una nueva propuesta cristiana.
La Iglesia afirma en el reciente catecismo que "la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida". (n.2270.Cfr. Congr. Para la Doctrina de la fe, Instr. Donum vitae 1,1).
Después de afirmar que "desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado y que esta enseñanza no ha cambiado"(n.2271), sostiene que "la cooperación formal a un aborto constituye una falta grave (y) la Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana"(n. 2272).
Dice también que debe ser elemento constitutivo de la sociedad y de su legislación, entre otras cosas, "el respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción a quien debe nacer (y) exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos"(n.2273). Finalmente, "puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad"(n.2274).
MI PUNTO DE PARTIDA. Por si después no queda claro, ayudará a establecer desde ya cuál es mi posición personal y lo que quiero proponer aquí como alternativa cristiana.
a) Todo aborto es destrucción de una vida humana (no digo persona humana) y, como tal, un gravísimo e irreparable daño.
b) El concepto de crimen es difícilmente aplicable al aborto. Es más, pienso que en Uruguay la mayoría de los abortos no caen bajo la ley que los considera como un crimen imputable. Por ello me siento obligado a estar del lado de las mujeres que se han sentido impulsadas a abortar.
c) La penalización del aborto no soluciona el problema planteado y de hecho, resulta en una grave injusticia, dañina en la inmensa mayoría de los casos. Por lo tanto es inmoral y no puedo menos que estar totalmente en contra de la penalización del aborto.
d) Todas estas afirmaciones se desprenden de mi convicción moral cristiana que creo se enraíza en el espíritu de Jesús.
Si de todo sufrimiento humano debemos hablar con respeto y vergüenza de no hacer todo lo posible por superarlo, con más razón de la angustia, la agonía y la culpabilidad inducida por el aborto en nuestra sociedad.
Me hago cargo del hecho de que como varón nunca podré sentir y vivir esa situación como la mujer. También del hecho que no lo pueden vivir y discutir de la misma manera las mujeres que lo han vivido y aquellas que no; de quienes lo vivieron acorraladas y empujadas a ello por muchas razones y quienes lo vivieron con recursos materiales y otras seguridades. Debo dejar constancia también del silencio sufriente de las víctimas más indefensas y afectadas por el aborto: las mujeres pobres, los fetos y sus familias.
Detrás del problema del aborto, de su penalización o no, se juegan otras realidades humanas muy graves: la dignidad de la mujer, la injusticia social, el machismo, la ignorancia respecto de la sexualidad, diferentes actitudes culturales y morales respecto de la vida, el uso de anticonceptivos, de la moral, el papel de las autoridades civiles y eclesiásticas, etcétera. Esto complica y generalmente desvía el debate llevándolo a callejones sin salida.
Es claro para todos que el aborto siempre es una tragedia, un daño irreparable. Nadie justifica el aborto en principio y todos pensamos que hay que luchar contra él eficazmente. Ninguna mujer aborta por deporte, gustosamente o por diversión.
ACERCA DE LA JUSTICIA. A los efectos de centrar el debate me parece imprescindible aclarar qué es hacer justicia.
La primera forma de entender cómo se establece o repara la justicia es ajusticiando (de acuerdo con la ley) al culpable de un delito. Esta justicia, la nuestra, termina en la cárcel o su equivalente de acuerdo con la gravedad del dolo.
La segunda forma de entender qué es hacer justicia, significativamente la inversa de la anterior, afirma que basta con encontrar una ley o una tradición moral (y una autoridad) que explique o avale, que justifique nuestro comportamiento, para que hayamos cumplido con la justicia.
Pues bien, pienso que ninguna de las dos posiciones tiene nada que ver con la solución justa. Por eso sólo cabe una tercera manera de entender el hacer justicia. Creo que nos ayudaría aquí usar el término ajustar. Para el humano, hacer justicia es (debería ser) lograr – creativa y responsablemente- la supervivencia de toda vida en el cosmos: que la realidad y los seres vivos (especie e individuos) se ajusten armoniosamente de tal manera que sea posible al supervivencia de todos.
Se debe centrar el debate en descubrir qué pasos hay que dar para evitar, de manera realista y eficaz, el que se sigan realizando abortos, o mejor, para evitar que una mujer se tenga que plantear el aborto como única alternativa, o como la menos amenazante en un momento concreto de su vida.
EVITAR LOS ARGUMENTOS FALACES. No se puede simplificar la polémica sobre el aborto en dos bandos extremos irreconciliables: el que dice que para salvar fetos hay que ajusticiar, eliminar o sancionar socialmente a las madres y el que sostiene, por el contrario, que para defender a las madres se puede aceptar o justificar la destrucción de los fetos. En esta disyuntiva de hierro lo trágico es que se ajusticia siempre a la propia víctima, porque es la más débil, la que no puede o no tiene los medios para defenderse.
Detrás de estas simplificaciones está una posición social hipócrita, dispuesta a no conceder que una mujer pueda abortar ni tampoco a que pueda tener os hijos que quiera sin que la corran de la casa sus padres o sus maridos, que no le den trabajo o la corran del trabajo los patrones por estar embarazada, que la excomulguen de la Iglesia, o simplemente la corran de la vida el hambre y la miseria.
Claro, es mucho más fácil evitar todo este conflicto amenazándola con la cárcel si aborta. Siempre será más fácil eliminar fetos o mujeres que luchar contra las verdaderas causas sociales del aborto. Lo paradójico es que ninguna de lasa dos posiciones ha llevado nunca a terminar con los abortos sino con las víctimas. Mientras persistan las causas que llevan a las mujeres a abortar, ellas seguirán abortando.
-El embrión no es parte del cuerpo materno.
Ninguna persona medianamente informada de las realidades biológicas puede sostener hoy día que la mujer es una especie de recipiente y que dentro de ese "frasco" hay un feto que tiene el inviolable derecho a vivir. Pero tampoco puede sostener que el feto es parte de la madre. Es un hecho biológico incontrovertible que ya el cigoto tiene una carga genética propia, y que por lo tanto no puede ser considerado parte del organismo de la madre. En el caso del feto, además, regula sus propias funciones, etcétera. Ninguna mujer embarazada, por lo demás, piensa que lleva una especie de tumor o excrecencia en su propio organismo. Por otro lado sería ridículo no sostener que sólo quien puede embarazarse es la mujer. Una probeta nunca podrá estar embarazada a pesar de que contenga en su interior un óvulo fecundado.
-Mi cuerpo es mi propiedad
Podemos también decir que el manido argumento de algunas feministas de que mi cuerpo es mi propiedad, también es parcial y falsea la realidad. Presupone una visión individualista e irreal porque "mi cuerpo" es también una realidad social y como yo pertenece a la sociedad, no puedo hacer con él lo que se me ocurre. Si la mujer tiene un derecho válido y fundamental a decidir sobre su cuerpo ese derecho es el de un ser social, no puede ser absoluto y totalmente independiente de los demás seres que conforman su realidad.
*El embrión es una persona humana.
Son varias las razones fijar con certeza científica el momento cuando aparece una persona humana:
a) La inmensa mayoría de los cigotos nunca llegará a implantarse en la matriz (hasta el 80 por ciento) y sería extraño pensar que la propia naturaleza "desperdicia " la mayoría de las "personas".
b) Antes de la anidación del embrión (unos 14 días) no existe individualidad, la estructura celular no define la individuación: pueden resultar gemelos (dos individuos) de un cigoto inicial, o un solo individuo de dos cigotos iniciales. Y parecería haber consenso en que la individualidad es constitutiva sine qua non de la persona.
c) La información genética que posee el cigoto es insuficiente para su desarrollo. Para que continúe el proceso y haya persona se requiere información genética exógena, que no está presente en el cigoto. La presencia de un código genético en un cigoto desde el principio no determina la existencia de una persona. Esta información no es operativa para generar los procesos ulteriores de desarrollo.
d) Se argumenta que entre el cigoto y la persona futura existe una relación de "potencia" y "acto". Es decir, que es persona "en potencia" la que después será persona "en acto". Pero este principio filosófico parece no operar en el terreno de la biología. No existe una relación física continua como de la potencia al acto, por la sencilla razón biológica de que el cigoto sólo sería potencia en términos de información genética. Si no entran en juego muchos otros elementos exógenos, la potencia que sería el cigoto nunca podría pasar a ser acto.
Lo que sí existe es la posibilidad de un desarrollo continuo de la vida humana (de donde podemos deducir un principio vital) y junto a esa realidad aparece la de la debilidad inicial del ser humano, que permite visualizar al aborto como un al tramo más indefenso de la vida, y esto plantea una diferencia en el plano ético con otros tipos de agresión a la vida como la guerra defensiva o la pena de muerte.
-La vida humana comienza con la fecundación.
Pero la defensa de la vida humana no es absoluta en todos los casos, sabemos que siempre hubo excepciones. Y más allá del planteo ético, si vamos al extremo del dato biológico-estadístico, nos encontramos con que la misma naturaleza es normalmente abortiva. Los biólogos calculan con un amplio margen de verdad que el 70 u 80 por ciento de las concepciones tiene anomalías cromosómicas y termina en abortos debido al sistema de selección natural que opera durante los siete primeros días después de la fecundación. Y antes de la implantación, que generalmente se produce a los 21 días, lo que existe es información genética derivada de la conjunción entre el óvulo y el espermatozoide. Y para que se consolide esa vida es fundamental que intervengan en interactúen muchos otros factores ambientales. En este estadio no podemos hablar de persona humana, simplemente de vida humana en desarrollo.
Y llevando más lejos el argumento de la moralidad o inmoralidad de interrumpir el proceso es importante saber que desde el punto de vista biológico es absurdo forzar posiciones éticas, políticas o religiosas, hablar de crimen o asesinato de una persona humana. Porque generalmente esos argumentos parten de una decisión de fijar arbitrariamente un momento de un proceso evolutivo.
Entonces, el problema de la penalización de aborto se reduciría a ponernos de acuerdo en o siguiente: "¿A partir de qué etapa del desarrollo embrionario se justifica su interrupción? La discusión a este nivel resulta trivial desde el punto de vista biológico, ya que cualquier intervención humana cuya finalidad sea evitar el desarrollo de un óvulo tendrá la misma consecuencia: ¡impedir que nazca un bebé!(...) Si el óvulo es el eslabón entre una generación y la siguiente, ¿en qué etapa de su desarrollo es moral evitar que se continúe?".
¿QUÉ PUEDE DECIR LA ETICA?. En realidad muy poco y mucho a la vez, porque la ética raras veces abandona la ambigüedad y las generalidades. Y no las abandona porque no puede. El aborto es un excelente ejemplo de la insuficiencia de los imperativos categóricos para resolver casos concretos, y también un ejemplo de la autonomía de la persona como última instancia decisoria.
¿El derecho a la vida está en el mismo plano que los otros? Yo creo que no, pero el valor de la vida no es único, hay otros valores y es común que se den conflictos de valores entre vida y libertad, entre hijo y madre, entre hijos, etcétera. Hay muchos valores y conflictos generalmente muy difíciles de solucionar. Pero también vimos que el valor de la vida no es un valor cualquiera, tampoco es un valor único, es un valor radical, fundante. El asunto es que la vida siempre será un valor fundamental, no un mero concepto descriptivo. Al menos siempre nos sería difícil reducirla a la mera vida biológica.
Llego a la conclusión de que, por tal razón, una ética que pretenda ser para todos (y no sólo para un grupo religioso) estará generalmente obligada a optar por suspender el juicio ante el aborto, es decir, dejar la decisión a la autonomía de la persona (y esto es otro principio sine qua non de la ética). Habrá que tener también en cuenta circunstancias, plazos, etapas y las vidas que están en juego en cada caso, porque son diferentes y no puede haber una respuesta válida unívoca para cualquier situación. La decisión moral, finalmente, será siempre personal, solitaria y, en consecuencia, muy dolorosa y nada fácil. Al menos podemos evitar que sea clandestina.
EL DESAFIO DE AJUSTAR LA REALIDAD. Si el aborto implica una injusticia fundamental en sus dos vertientes, que están dialécticamente relacionadas, el problema no es buscar cómo se castiga a las mujeres que abortan, ni tampoco que puedan abortar en paz. Se trata de luchar para que cada mujer pueda sentirse reconocida y se respete su derecho a tener los hijos que quiera, sin verse amenazada por su embarazo a raíz de realidades económicas, laborales, de salud, de entorno familiar, religiosas, de reputación, etcétera.
Mientras no logremos un análisis serio de las causas y las condiciones socioeconómicas y culturales del aborto, mientras no iniciemos un proceso responsable de ajuste social para eliminarlas, todo juicio y castigo a las supuestas culpables no pasa de ser un fariseísmo moralista que se leva las manos y la conciencia.
Si somos realistas tenemos que aceptar que en este momento en nuestro país es difícil esa justicia, no es por tanto posible dar respuestas morales eficaces. Quizá sólo podamos empezar a ajustar esa realidad quitando muchos elementos negativos que estén a nuestro alcance.
Volvemos a la necesidad de despenalizar el aborto. Porque mientras exista tan monumental desajuste social la capacidad de hacer justicia y de verdadera misericordia en nuestra sociedad será lejana. Así la penalización hace de pantalla distractiva que impide enfrentar con la mínima honestidad el problema del aborto. Mientras la sociedad no abra salidas reales para que las mujeres no se vean empujadas a abortar, no tiene derecho a penalizar el aborto. Ya dijimos que es hipócrita e inmoral castigar por un lado lo que ella misma obliga a cometer por el otro.
¿EL ABORTO ES UN CRIMEN?. Si ya dijimos claramente que el aborto es un daño gravísimo, un atentado contra la vida humana que afecta de manera irreparable y definitiva una po más vidas y que nunca se podrá reajustar, ello no quiere decir que automáticamente el aborto sea un crimen, y que en ninguna circunstancia se pueda abortar sin cometer una grave inmoralidad.
No todos los homicidios se castigan de la misma manera e incluso hay algunos que lisa y llanamente están exentos de sanción penal. El ejemplo más trágico de esto es el verdugo que aplica la pena de muerte: mata seres humanos, pero legalmente no es un criminal.
Al respeto recordemos que desde siempre la moral tradicional distinguió entre daño y culpa. El daño sí es algo objetivo y depende directamente del desajuste o deterioro que se produce en la vida humana, en las personas concretas y su entorno. Pero la culpa es otra cosa. Depende de otros factores como el de la libertad, el conocimiento, la responsabilidad de quien comete el daño.
De aquí se deduce que si no hay libertad real, sea porque dicha persona realmente no pudo – o no vio que podía- actuar de otra manera, por mil razones, como por ejemplo porque actuó bajo presión grave, física o psicológica, esa persona no debe ser culpable ni imputable de castigo.
El mismo derecho canónico de la Iglesia Católica establece claramente las circunstancias que eximen de culpa y castigo a quien infringe la ley (y por tanto no cabe la excomunión). El Canon 1324 especifica que "se debe atenuar la pena establecida en la ley o precepto (...) cuando el delito ha sido cometido por quien actuó coaccionado por miedo grave".
Es evidente, para el observador honesto, que la mayoría de las mujeres que abortan en nuestro país se encuentran en este tipo de circunstancias. Lo ve como la salida menos destructiva e inhumana, como la única salida. Difícilmente podríamos alegar que aquí hay egoísmo, maldad o comodidad. Está entre una trágica disyuntiva entre lo que percibe como dos males y normalmente se inclinará por el que consideró menor en esas circunstancias. Por lo tanto, ni puede considerarse culpable, ni cae bajo la excomunión y tampoco debería caer bajo una pena civil.
Es por demás ridículo aducir aquí alternativas ideales, hablar de heroísmos o de soluciones como la de que se den a luz esos niños y se entreguen en adopción. Ello ignora la enorme carga de sufrimiento y culpabilidad que llevan el embarazo no deseado y el desprenderse después del hijo en esas condiciones. Además de que prácticamente sería imposible plantearse la adopción de miles de niños por año en el país.
CONCLUSIONES. Debemos procurar en este debate zafar a la danza de las cifras que se usan para justificar las diversas posiciones en contra o a favor de la penalización del aborto. Dada la clandestinidad de la mayoría de los abortos, la complejidad de sus causas y mil factores más, es casi imposible obtener datos precisos. A esto se suma que los datos se manejan de manera tremendista, con interpretaciones parcializadas o manipuladas, para apoyar una u otra opinión. Y esto en todos los campos: médico, legal, religioso, etcétera.
Si aceptamos la noción de hacer justicia como el ajustar la realidad para que vuelva a ser humana en determinada circunstancia, es evidente que ajusticiar por medio de una ley que castiga el aborto no resuelve nada. No se reajusta nada porque no le da a la persona las posibilidades de vivir mejor y superar las circunstancias que la llevaron al aborto. Encarcelar a una madre de familia, como nos podemos imaginar, crearía unos problemas insolubles que tendrían como efecto casi automático la destrucción de los hogares Aquí el castigo sólo añade un mal a otro que se pretende evitar.
Si la penalización es inútil, todavía se podría pensar que la amenaza cumple una función disuasiva para impedir que se siga abortando. Pero esto es totalmente falso. A los hechos nos remitimos: con la ley vigente desde hace muchos años, ni se aplica ni se ha dejado de abortar Y esto por la sencilla razón, entre otras, de que si una mujer llega a la circunstancia de versa tan acorralada y en tal angustia que decide incluso arriesgar su salud y hasta su vida para salir de ella, no se va a detener por el miedo al hipotético castigo, que por lo demás depende de si es descubierta o no, de si ulteriormente es acusada y de si finalmente es condenada, cosa que sabemos improbable que suceda.
En conclusión: si la norma penal no tiene la más mínima eficacia, no tiene sentido alguno mantenerla. Más aun, sino se dan las condiciones mínimas que hacen humanamente posible el cumplimiento de una ley ésta no obliga, es inválida y quien la exige o pretende aplicarla es injusto. Es, creo, el caso de la ley que penaliza el aborto actualmente en nuestro país.