miércoles, 31 de agosto de 2011

María Magdalena: la falsa prostituta más famosa de la historia

María Magdalena: la falsa prostituta más famosa de la historia

LA EPOCA 3 AL 9 de julio, 2011

2011-07-03 23:30:35

por: Patricia Flores Palacios *

El debate y las disputas de sentido sobre los alcances de los derechos sexuales y los derechos reproductivos también surgen en el espacio del simbolismo religioso. Desde sus planteamientos, que terminan convirtiéndose en prédica con estatus de verdad absoluta, la validación del cuerpo como instrumento de expresión de nuestra subjetividad más profunda vinculada al erotismo y como fuente legítima del derecho al placer es condenada como una abominación, como algo de lo que no se habla y debe permanecer oculto. De ahí que sea importante revisar cómo se presentan las figuras femeninas desde los imaginarios sagrados, para explorar, como propone la autora, cuáles son las bases que instalan la culpa y la vergüenza como mecanismos de control que limitan la libertad sexual.

Santa y pecadora, culpable y redimida: la figura de María Magdalena a lo largo de los siglos ha sido heredada y traspasada a las mujeres junto con la condena de la sexualidad, porque gracias a las religiones cristianas, particularmente la católica, su imagen se asoció a la de la prostituta arrepentida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no existe una alusión expresa a que Magdalena hubiese sido explícitamente una prostituta. Dado que en el evangelio de Lucas sí se menciona que Jesús expulsó siete demonios del cuerpo de una mujer llamada María, la ambigüedad del relato narrado dio paso a diversas interpretaciones y a que se consolide el mito de la prostituta.

Con todo, el hallazgo en 1945 al sur Egipto en las cuevas de Nag Hammadi de unos papiros que contenían los evangelios de Tomás, Felipe y muchos otros, considerados evangelios apócrifos, proporcionan información más amplia sobre quién fue María Magdalena y permiten definirla como la discípula favorita de Jesús, la mujer que, a diferencia de los otros apóstoles, comprende las alocuciones y explicaciones de Jesús, hasta convertirse en su compañía permanentemente. El evangelio de Felipe afirma, por ejemplo, que el Salvador la amaba más que a los otros discípulos y que la besaba en la boca, lo que provocaba celos en apóstoles como Pedro.

Juan Arias, periodista español que trabajó varios años en el Vaticano, afirma que a inicios del cristianismo existieron diversas corrientes religiosas en pugna principalmente “la corriente tradicional, de Pablo y Pedro, y la de los gnósticos capitaneada por María Magdalena”, que terminó siendo “arrinconada”, ya que esta vertiente teológica estaba “basada sobre el conocimiento más que en el pecado”.

Los gnósticos cuestionaban las jerarquías y se enfrentaron al Vaticano, mientras que la corriente masculina, de herencia judía y patriarcal de los apóstoles Pablo y Pedro delinearon las jerarquías que siglos después constituyeron la institucionalidad eclesial que contempla el papado y los obispados, siguiendo una línea contraria a lo que Jesús proclamaba, ya que desde niño se enfrentó a los sabios del templo, tal como se revela en los Evangelios denominados apócrifos, por lo que Jesús en ninguna de sus prédicas sugiere siquiera estar de acuerdo con la imposición de jerarquías de poder de ningún tipo.

La discípula

Pero ¿cómo es que María Magdalena termina convirtiéndose en una de las principales discípulas de Jesús? Algunos textos de los mencionados dan cuenta de que ella solventó económicamente varios de sus desplazamientos para ampliar sus prédicas, gracias a su autonomía económica, ya que María provenía de Magdala, una región en la que sí se permitía a las mujeres a acumular bienes producto de la pesca o el comercio, aspecto que sin duda posibilitó que María Magadalena acompañe a Jesús por diversos lugares de lo que hoy conocemos como Oriente Medio.

A ello se suma otro hecho significativo: la presencia de esta mujer en el momento de la crucifixión y muerte de Jesús. Los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento dan cuenta que al momento de la crucifixión y de la resurrección, además de María, la madre de Jesús, estaba María Magdalena que, de acuerdo a la tradición, en tales circunstancias era de suponer que quien iba a morir en una ejecución esté acompañado en sus últimos momentos por las personas más cercanas y queridas, sea por lazos de parentesco consanguíneo o afectivo. Por lo que no es casual que posteriormente haya sido considerada como una santa primero por la Iglesia Ortodoxa y la Anglicana y recién en el siglo XX por la Iglesia Católica.

Una confusión premeditada

Según Arias, en los textos canónicos asumidos como leyes internas de las iglesias Ortodoxa, Católica y Anglicana aprobados por sus máximas jerarquías, las interpretaciones diversas que se hicieron en torno a las Marías que aparecen a lo largo de los cuatro Evangelios de Nuevo Testamento confundieron a una supuesta prostituta con otra mujer que aparece cuando Jesús está comiendo en casa de un fariseo y empieza a lavarle los pies, en señal de agradeciendo y devoción, con perfume y los seca con su melena. Y cuando el fariseo dice: “Si Jesús supiera que es una prostituta no se dejaría tocar por ella”, él la defiende pronunciando estas palabras: “ella se ha portado mejor conmigo que tú mismo y es una persona que ama”. Pero la mujer de la que se habla en esta anécdota no es la misma que María de Magdala o María Magdalena, sino otro personaje.

María, la pecadora

Durante siglos se confundió a las dos mujeres para dar preeminencia a la figura de los apóstoles, generando con ello que los iniciales predicadores de las enseñanzas de Jesús, los emperadores que adoptaron como religión el naciente cristianismo y, posteriormente, los papas y jerarcas de la institución eclesial a lo largo de los siglos nos presenten a María Magdalena como una prostituta, para invisibilizar su protagonismo y cercanía con Jesús. En ello fueron fieles también a los preceptos que establecían que el poder político y religioso debían estar en mano de los patriarcas por mandato divino.

Así, como señala el periodista Arias, la identidad de María Magdalena como María de Betania “la mujer quien fue una pecadora” fue establecida en un sermón del Papa Gregorio en el año 591, cuando afirmó que “ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual José llama María [de Betania], nosotros creemos que es María, de quien siete demonios fueron expulsados, según Marcos”, aunque no explicita que se tratase de un prostituta, pero que se reforzó gracias también a otra cita de Lucas en la que refiere a una mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8:3-11)

La condena del cuerpo

La iconografía religiosa, desde el periodo bizantino a la fecha, se ha ocupado de reforzar la imagen de María Magdalena como prostituta arrepentida a contracorriente de las vertientes religiosas de los gnósticos, los que preservaron los evangelios denominados apócrifos y que la erigieron como la principal discípula de Jesús y su esposa, aunque las desavenencias entre Pedro y ella fueron evidentes, tal como lo refleja el Evangelio de Felipe cuando alude a un reclamo de Pedro cuando éste cuestiona: ¿por qué tenía que enseñarle a ella cosas que a nosotros no nos enseñaba? Y ahí otro de los apóstoles dice: “Bueno Pedro, si él lo ha querido así, si él la ha escogido a ella tenemos que aceptarlo”. En este evangelio como en aquellos otros definidos como gnósticos aparece nítidamente la idea de que Jesús no objetaba ni se oponía a que otras mujeres lideradas por María Magdalena difundiesen sus enseñanzas junto a la de los hombres. No hay que olvidar que las corrientes religiosas adscritas al Antiguo Testamento en lo que respecta a las mujeres asentaron sus preceptos y mandatos en la culpabilidad de Eva con el pecado original, que derivó en la culpa de la desnudez y el cuerpo, con el parir con dolor por castigo divino y con la expulsión del paraíso, configurando una suerte de culpa primigenia por el simple hecho de haber nacido mujer.

A ello se sumó la subordinación judeo/cristiana de las mujeres, por lo que el protagonismo de la Magdalena no podía ni debía evidenciarse, ya que su sola presencia como seguidora de Jesús constituía una profunda transgresión a las costumbres de dichas culturas, principalmente a las herederas del Antiguo Testamento. Y no sólo desde el punto de vista de los preceptos religiosos, sino fundamentalmente culturales, por lo que la mitografía patriarcal condensa en su figura a todas las mujeres pecadoras, arrepentidas y poseídas que aparecen durante las prédicas de Jesús, al grado de convertirla en una prostituta arrepentida y, luego de la crucifixión de Jesús, en una mujer penitente, que hasta su muerte habitará una cueva en el desierto en penitencia, ayuno y mortificación de su carne. Carne en tanto cuerpo, objeto del deseo, placer, fornicación, apropiación, posesión o lujuria y, por tanto, elemento de condena, ya que en la época de Jesús los usos y costumbres sometían a las mujeres consideradas como pecadoras a la lapidación y a la muerte si es que se transgredían las normas de la sumisión y subordinación.

Ello, porque predominaba la idea de que las mujeres desde niñas eran propiedad primero de los padres y luego de los esposos, cuya principal misión era la procreación y, cuánto mejor, de primogénitos varones, para luego consolidarse como cuidadoras y protectoras no sólo de sus hijos, sino de sus maridos, padres, hermanos o suegros. Esta concepción se reforzó durante siglos por las tradiciones judías, musulmanas e islámicas principalmente, superponiendo a María madre de Jesús desde la veneración, fundamentalmente por su VIRGINIDAD y porque su embarazo se produjo por obra y gracia del Espíritu Santo, sin haberse manchado por ello con “el pecado de Eva”.

El modelo de la mujer asexuada

Tenemos así que en diversas tradiciones religiosas, no sólo la católica, la santidad de María madre se convertirá en el modelo de mujer ideal, santa, abnegada y protectora, pero por encima de todo, virgen. Y la virginidad se consolida como el máximo valor del patriarcado judeo/cristiano, mientras que el sexo y todo lo relacionado con el cuerpo se condenan como elementos del pecado, vinculados al mundo de los infiernos.

Desde entonces el placer, el erotismo, la desnudez, las caricias, los besos y el sexo, la naturalidad de la sexualidad y todas sus biológicas y naturales implicancias serán descalificadas si no se ligan a la procreación, al grado de ampliar las compuertas a la violencia sancionadora no sólo desde los confesionarios religiosos, sino desde las normativas y las prácticas cotidianas, incluso hasta hoy.

El sentido del amor

En esta línea, el amor entre las personas termina supeditándose a la reproducción, el matrimonio se convierte en símbolo de esa unión y lo que está al margen de ese canon también ingresa al mundo de la condena, de la prohibición, del pecado y del juzgamiento. Aunque hay que recordar que el matrimonio según usos y costumbres de las culturas en la época de Jesús, como antes y después, fueron por sobre todo arreglos familiares, sin la mediación del amor, pues en muchos casos constituían transacciones y arreglos familiares antes de que nacieran los hijos o hijas, en los que las mujeres no tenían opción alguna a manifestarse, como ocurre todavía en algunas sociedades de oriente medio.

No en vano María Magdalena a lo largo de casi mil quinientos años cargará el estigma de la pecadora, de la prostituta, hasta que en 1969, el papa Pablo VI elimina del calendario litúrgico el apelativo de “penitente” adjudicado tradicionalmente a María Magdalena y desde entonces se la deja de considerar prostituta arrepentida. Pero milenio y medio de tradición no son suficientes para reivindicar su imagen de lideresa, de discípula favorita o de esposa de Jesús ante millones de católicos que la siguen considerando como una pecadora.

Sin embargo, esa historia nos ocultó la violación a la que fueron sometidas las mujeres durante milenios por pactos matrimoniales en los que no necesariamente primó el amor, sino los arreglos familiares y sociales, así como los mandatos religiosos y estatales, pues ambos fueron de la mano. Violaciones y violencias que se escondieron a lo largo de los últimos dos milenios, principalmente.

Joseph Campbell, experto mitólogo y estudioso de las culturas, afirmaba que el sentido del amor, el romance o la exaltación de la pasión surge recién en la Edad Media, en contradicción directa con la enseñanza de la Iglesia: la palabra AMOR leída al revés es ROMA, y se la empleó para validar las ideas de la Iglesia Católica Romana que justificaba matrimonios que eran de carácter puramente social o político. Por eso nació este movimiento (el de la Edad Media) validando la elección individual a la que yo llamo seguir el camino de tu felicidad.

A partir de entonces las sociedades occidentales, recién comenzaron a reivindicar el amor y tímidamente el placer y el disfrute de la sensualidad y sexualidad legada hace siglos por los griegos, por ejemplo. Aunque claro, debió pasar mucho para que arribemos a la revolución sexual de los años 60 que posibilitó que nos enfrentáramos a nuestras naturalidades, diversas, complejas, pero atravesadas todavía por las culpas del pecado de Eva o de María Magdalena... Aunque todavía nos queda mucho recorrido para que expiemos las culpas y los miedos religiosos y culturales que se apoderaron de nuestros cuerpos, de nuestras libertades, de nuestras subjetividades y de historias y religiosidades que injustamente condenaron a cientos de millones de mujeres a lo largo de la historia por pecados inventados o violaciones obligadas. María Magdalena es símbolo de ello.

* Feminista queer y periodista

María Magdalena: la falsa prostituta más famosa de la historia


María Magdalena: la falsa prostituta más famosa de la historia

LA EPOCA 3 AL 9 de julio, 2011

2011-07-03 23:30:35

por: Patricia Flores Palacios *

El debate y las disputas de sentido sobre los alcances de los derechos sexuales y los derechos reproductivos también surgen en el espacio del simbolismo religioso. Desde sus planteamientos, que terminan convirtiéndose en prédica con estatus de verdad absoluta, la validación del cuerpo como instrumento de expresión de nuestra subjetividad más profunda vinculada al erotismo y como fuente legítima del derecho al placer es condenada como una abominación, como algo de lo que no se habla y debe permanecer oculto. De ahí que sea importante revisar cómo se presentan las figuras femeninas desde los imaginarios sagrados, para explorar, como propone la autora, cuáles son las bases que instalan la culpa y la vergüenza como mecanismos de control que limitan la libertad sexual.

Santa y pecadora, culpable y redimida: la figura de María Magdalena a lo largo de los siglos ha sido heredada y traspasada a las mujeres junto con la condena de la sexualidad, porque gracias a las religiones cristianas, particularmente la católica, su imagen se asoció a la de la prostituta arrepentida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no existe una alusión expresa a que Magdalena hubiese sido explícitamente una prostituta. Dado que en el evangelio de Lucas sí se menciona que Jesús expulsó siete demonios del cuerpo de una mujer llamada María, la ambigüedad del relato narrado dio paso a diversas interpretaciones y a que se consolide el mito de la prostituta.

Con todo, el hallazgo en 1945 al sur Egipto en las cuevas de Nag Hammadi de unos papiros que contenían los evangelios de Tomás, Felipe y muchos otros, considerados evangelios apócrifos, proporcionan información más amplia sobre quién fue María Magdalena y permiten definirla como la discípula favorita de Jesús, la mujer que, a diferencia de los otros apóstoles, comprende las alocuciones y explicaciones de Jesús, hasta convertirse en su compañía permanentemente. El evangelio de Felipe afirma, por ejemplo, que el Salvador la amaba más que a los otros discípulos y que la besaba en la boca, lo que provocaba celos en apóstoles como Pedro.

Juan Arias, periodista español que trabajó varios años en el Vaticano, afirma que a inicios del cristianismo existieron diversas corrientes religiosas en pugna principalmente “la corriente tradicional, de Pablo y Pedro, y la de los gnósticos capitaneada por María Magdalena”, que terminó siendo “arrinconada”, ya que esta vertiente teológica estaba “basada sobre el conocimiento más que en el pecado”.

Los gnósticos cuestionaban las jerarquías y se enfrentaron al Vaticano, mientras que la corriente masculina, de herencia judía y patriarcal de los apóstoles Pablo y Pedro delinearon las jerarquías que siglos después constituyeron la institucionalidad eclesial que contempla el papado y los obispados, siguiendo una línea contraria a lo que Jesús proclamaba, ya que desde niño se enfrentó a los sabios del templo, tal como se revela en los Evangelios denominados apócrifos, por lo que Jesús en ninguna de sus prédicas sugiere siquiera estar de acuerdo con la imposición de jerarquías de poder de ningún tipo.

La discípula

Pero ¿cómo es que María Magdalena termina convirtiéndose en una de las principales discípulas de Jesús? Algunos textos de los mencionados dan cuenta de que ella solventó económicamente varios de sus desplazamientos para ampliar sus prédicas, gracias a su autonomía económica, ya que María provenía de Magdala, una región en la que sí se permitía a las mujeres a acumular bienes producto de la pesca o el comercio, aspecto que sin duda posibilitó que María Magadalena acompañe a Jesús por diversos lugares de lo que hoy conocemos como Oriente Medio.

A ello se suma otro hecho significativo: la presencia de esta mujer en el momento de la crucifixión y muerte de Jesús. Los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento dan cuenta que al momento de la crucifixión y de la resurrección, además de María, la madre de Jesús, estaba María Magdalena que, de acuerdo a la tradición, en tales circunstancias era de suponer que quien iba a morir en una ejecución esté acompañado en sus últimos momentos por las personas más cercanas y queridas, sea por lazos de parentesco consanguíneo o afectivo. Por lo que no es casual que posteriormente haya sido considerada como una santa primero por la Iglesia Ortodoxa y la Anglicana y recién en el siglo XX por la Iglesia Católica.

Una confusión premeditada

Según Arias, en los textos canónicos asumidos como leyes internas de las iglesias Ortodoxa, Católica y Anglicana aprobados por sus máximas jerarquías, las interpretaciones diversas que se hicieron en torno a las Marías que aparecen a lo largo de los cuatro Evangelios de Nuevo Testamento confundieron a una supuesta prostituta con otra mujer que aparece cuando Jesús está comiendo en casa de un fariseo y empieza a lavarle los pies, en señal de agradeciendo y devoción, con perfume y los seca con su melena. Y cuando el fariseo dice: “Si Jesús supiera que es una prostituta no se dejaría tocar por ella”, él la defiende pronunciando estas palabras: “ella se ha portado mejor conmigo que tú mismo y es una persona que ama”. Pero la mujer de la que se habla en esta anécdota no es la misma que María de Magdala o María Magdalena, sino otro personaje.

María, la pecadora

Durante siglos se confundió a las dos mujeres para dar preeminencia a la figura de los apóstoles, generando con ello que los iniciales predicadores de las enseñanzas de Jesús, los emperadores que adoptaron como religión el naciente cristianismo y, posteriormente, los papas y jerarcas de la institución eclesial a lo largo de los siglos nos presenten a María Magdalena como una prostituta, para invisibilizar su protagonismo y cercanía con Jesús. En ello fueron fieles también a los preceptos que establecían que el poder político y religioso debían estar en mano de los patriarcas por mandato divino.

Así, como señala el periodista Arias, la identidad de María Magdalena como María de Betania “la mujer quien fue una pecadora” fue establecida en un sermón del Papa Gregorio en el año 591, cuando afirmó que “ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual José llama María [de Betania], nosotros creemos que es María, de quien siete demonios fueron expulsados, según Marcos”, aunque no explicita que se tratase de un prostituta, pero que se reforzó gracias también a otra cita de Lucas en la que refiere a una mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación (Juan 8:3-11)

La condena del cuerpo

La iconografía religiosa, desde el periodo bizantino a la fecha, se ha ocupado de reforzar la imagen de María Magdalena como prostituta arrepentida a contracorriente de las vertientes religiosas de los gnósticos, los que preservaron los evangelios denominados apócrifos y que la erigieron como la principal discípula de Jesús y su esposa, aunque las desavenencias entre Pedro y ella fueron evidentes, tal como lo refleja el Evangelio de Felipe cuando alude a un reclamo de Pedro cuando éste cuestiona: ¿por qué tenía que enseñarle a ella cosas que a nosotros no nos enseñaba? Y ahí otro de los apóstoles dice: “Bueno Pedro, si él lo ha querido así, si él la ha escogido a ella tenemos que aceptarlo”. En este evangelio como en aquellos otros definidos como gnósticos aparece nítidamente la idea de que Jesús no objetaba ni se oponía a que otras mujeres lideradas por María Magdalena difundiesen sus enseñanzas junto a la de los hombres. No hay que olvidar que las corrientes religiosas adscritas al Antiguo Testamento en lo que respecta a las mujeres asentaron sus preceptos y mandatos en la culpabilidad de Eva con el pecado original, que derivó en la culpa de la desnudez y el cuerpo, con el parir con dolor por castigo divino y con la expulsión del paraíso, configurando una suerte de culpa primigenia por el simple hecho de haber nacido mujer.

A ello se sumó la subordinación judeo/cristiana de las mujeres, por lo que el protagonismo de la Magdalena no podía ni debía evidenciarse, ya que su sola presencia como seguidora de Jesús constituía una profunda transgresión a las costumbres de dichas culturas, principalmente a las herederas del Antiguo Testamento. Y no sólo desde el punto de vista de los preceptos religiosos, sino fundamentalmente culturales, por lo que la mitografía patriarcal condensa en su figura a todas las mujeres pecadoras, arrepentidas y poseídas que aparecen durante las prédicas de Jesús, al grado de convertirla en una prostituta arrepentida y, luego de la crucifixión de Jesús, en una mujer penitente, que hasta su muerte habitará una cueva en el desierto en penitencia, ayuno y mortificación de su carne. Carne en tanto cuerpo, objeto del deseo, placer, fornicación, apropiación, posesión o lujuria y, por tanto, elemento de condena, ya que en la época de Jesús los usos y costumbres sometían a las mujeres consideradas como pecadoras a la lapidación y a la muerte si es que se transgredían las normas de la sumisión y subordinación.

Ello, porque predominaba la idea de que las mujeres desde niñas eran propiedad primero de los padres y luego de los esposos, cuya principal misión era la procreación y, cuánto mejor, de primogénitos varones, para luego consolidarse como cuidadoras y protectoras no sólo de sus hijos, sino de sus maridos, padres, hermanos o suegros. Esta concepción se reforzó durante siglos por las tradiciones judías, musulmanas e islámicas principalmente, superponiendo a María madre de Jesús desde la veneración, fundamentalmente por su VIRGINIDAD y porque su embarazo se produjo por obra y gracia del Espíritu Santo, sin haberse manchado por ello con “el pecado de Eva”.

El modelo de la mujer asexuada

Tenemos así que en diversas tradiciones religiosas, no sólo la católica, la santidad de María madre se convertirá en el modelo de mujer ideal, santa, abnegada y protectora, pero por encima de todo, virgen. Y la virginidad se consolida como el máximo valor del patriarcado judeo/cristiano, mientras que el sexo y todo lo relacionado con el cuerpo se condenan como elementos del pecado, vinculados al mundo de los infiernos.

Desde entonces el placer, el erotismo, la desnudez, las caricias, los besos y el sexo, la naturalidad de la sexualidad y todas sus biológicas y naturales implicancias serán descalificadas si no se ligan a la procreación, al grado de ampliar las compuertas a la violencia sancionadora no sólo desde los confesionarios religiosos, sino desde las normativas y las prácticas cotidianas, incluso hasta hoy.

El sentido del amor

En esta línea, el amor entre las personas termina supeditándose a la reproducción, el matrimonio se convierte en símbolo de esa unión y lo que está al margen de ese canon también ingresa al mundo de la condena, de la prohibición, del pecado y del juzgamiento. Aunque hay que recordar que el matrimonio según usos y costumbres de las culturas en la época de Jesús, como antes y después, fueron por sobre todo arreglos familiares, sin la mediación del amor, pues en muchos casos constituían transacciones y arreglos familiares antes de que nacieran los hijos o hijas, en los que las mujeres no tenían opción alguna a manifestarse, como ocurre todavía en algunas sociedades de oriente medio.

No en vano María Magdalena a lo largo de casi mil quinientos años cargará el estigma de la pecadora, de la prostituta, hasta que en 1969, el papa Pablo VI elimina del calendario litúrgico el apelativo de “penitente” adjudicado tradicionalmente a María Magdalena y desde entonces se la deja de considerar prostituta arrepentida. Pero milenio y medio de tradición no son suficientes para reivindicar su imagen de lideresa, de discípula favorita o de esposa de Jesús ante millones de católicos que la siguen considerando como una pecadora.

Sin embargo, esa historia nos ocultó la violación a la que fueron sometidas las mujeres durante milenios por pactos matrimoniales en los que no necesariamente primó el amor, sino los arreglos familiares y sociales, así como los mandatos religiosos y estatales, pues ambos fueron de la mano. Violaciones y violencias que se escondieron a lo largo de los últimos dos milenios, principalmente.

Joseph Campbell, experto mitólogo y estudioso de las culturas, afirmaba que el sentido del amor, el romance o la exaltación de la pasión surge recién en la Edad Media, en contradicción directa con la enseñanza de la Iglesia: la palabra AMOR leída al revés es ROMA, y se la empleó para validar las ideas de la Iglesia Católica Romana que justificaba matrimonios que eran de carácter puramente social o político. Por eso nació este movimiento (el de la Edad Media) validando la elección individual a la que yo llamo seguir el camino de tu felicidad.

A partir de entonces las sociedades occidentales, recién comenzaron a reivindicar el amor y tímidamente el placer y el disfrute de la sensualidad y sexualidad legada hace siglos por los griegos, por ejemplo. Aunque claro, debió pasar mucho para que arribemos a la revolución sexual de los años 60 que posibilitó que nos enfrentáramos a nuestras naturalidades, diversas, complejas, pero atravesadas todavía por las culpas del pecado de Eva o de María Magdalena... Aunque todavía nos queda mucho recorrido para que expiemos las culpas y los miedos religiosos y culturales que se apoderaron de nuestros cuerpos, de nuestras libertades, de nuestras subjetividades y de historias y religiosidades que injustamente condenaron a cientos de millones de mujeres a lo largo de la historia por pecados inventados o violaciones obligadas. María Magdalena es símbolo de ello.

* Feminista queer y periodista

lunes, 29 de agosto de 2011

Contra el anonimato de otro crimen en México

Contra el anonimato de otro crimen

Tengo en mis manos el único cuaderno de poemas de Emiliano Ricardo Pozas Iturbe, mi sobrino, nieto de Ricardo Pozas y de Isabel Horcasitas, su título: La muerte, el Tiempo y el Amor.

Su autor ya no lo vio publicado porque hace unas horas asesinos del crimen organizado entraron a su casa en la madrugada y lo sacaron junto con su suegro; pedían un “rescate” de dos millones de pesos; lo encontraron muerto a la orilla de la carretera Tepic-Aguamilpa junto con otro número aún no definido de asesinados.. No se me ocurre nada, el llanto ante este crimen tan absurdo me aniquila.


Hay una desesperación, una sensación de desamparo, de impotencia, de rabia que sólo me lleva a conclusiones demasiado siniestras y desoladoras.

Pienso que todo esto está planeado, que hay un acuerdo secreto, pero ya demasiado evidente de que conviene que vivamos en el terror y este es un signo que sólo se puede adjudicar a las dictaduras: si una población está paralizada por el miedo que genera el crimen organizado, el ejército, la policía federal y demás grupos paramilitares, estamos todos condenados a “vivir” en la sombra del miedo.

Hoy ya no podemos decir que van cincuenta mil asesinatos, hace apenas unas horas se suman 50 ó 100 desaparecidos.

¿Cómo vamos a nombrar esta infamia? Las palabras se van, no hay como nombrar esto; tal vez por esto Javier Sicilia ya no escribirá más un poema, no hay como expresar este dolor.
Extrañamente el título del libro de mi sobrino aniquilado por esta guerra absurda, comienza con la palabra de nuestra actual realidad, la muerte. Sí, es un tiempo de muerte, muertes que se van sumando y que no sabemos hasta cuando se detendrá su escalada.

Dicen que ya hay millones de casas abandonadas, familias que desaparecen ante el miedo; el norte del país tomado por el narco, pero mi sobrino no tenía nada que ver con el narco; era un poeta que había dedicado su manuscrito a sus padres y a los antropólogos eméritos, sus abuelos; solo tenía treinta y un años, una esposa y una criatura de apenas seis años.
¿Qué mal había hecho Emiliano Ricardo Pozas Iturbe? Para ganarse la vida hacia fotografía, era amoroso y dulce como sus poemas, de ellos transcribo uno:

Diametral Paisaje


Horizonte de azules
este que gobierna
en mi paraíso;
ahí donde mueren
los hombres,
donde acaba el mundo,

donde se rompen
las esperanzas,
que nos espera
ahí al borde del abismo,
a donde van tu amor
y mi amor
al fugarse
de este paisaje
intentando conquistar
paraísos inexplorados

¿Quién nos dará una palabra de consuelo? Tal vez los miles de dolientes que han sufrido lo mismo, pero estamos dispersos…sí, somos un país victimizado: miles de mujeres asesinadas, jóvenes, hombres maduros, niños ¿quién es el responsable si ya no es posible distinguir a
criminales de los que quieren que identifiquemos como los guardianes del orden?

¿Acaso somos muchos, la explosión demográfica del mundo les aterra a los oligarcas?

¿Les parece buena la estrategia para aniquilar a la población?

¿Ya no tienen los gobiernos mejor alternativa ante las urgentes demandas de empleo, educación, salud, vivienda y demás necesidades sociales, más que los asesinatos masivos?

¿Por qué han sometido al pueblo a ser carne del crimen?

No hay argumentos que puedan justificar esta guerra no declarada contra la sociedad civil, pero ejecutada al amparo de las madrugadas y del silencio de una masa desorganizada.