miércoles, 21 de noviembre de 2012


Morir en un país católico
Por: Juan Gabriel Vásquez
El trayecto del Aeropuerto de Dublín al centro de la ciudad toma habitualmente unos veinte minutos, pero el día de mi llegada nos tardamos casi una hora.
La razón, me explicaron mis anfitriones, eran unas manifestaciones por la muerte (o las circunstancias de la muerte) de una mujer. “Hoy me avergüenza ser irlandesa”, me dijo mi anfitriona. Por fortuna para mí, casi una hora en un carro da para mucho, y más si uno la comparte con una persona inteligente y bien informada, y así acabé conociendo los detalles de un caso que debería ser ejemplar, o por lo menos elocuente, para los lectores colombianos.
La mujer muerta se llamaba Savita Halappanavar. Tenía 31 años; era dentista; tenía 17 semanas de embarazo cuando llegó al hospital de la Universidad de Galway, al oeste de Irlanda, quejándose de dolores de espalda. El diagnóstico le informó que estaba perdiendo el bebé y que la situación —el aborto natural, quiero decir— era inevitable. Durante varios días de intenso dolor, su marido pidió repetidamente que se le hiciera un aborto quirúrgico, pero el hospital se negó con el argumento inicial de que el corazón del feto latía todavía, y luego con un argumento subsidiario y definitivo: “Usted está en un país católico”, le dijeron. Poco después, cuando el latido se detuvo, los médicos sacaron el feto muerto, pero fue demasiado tarde: Savita Halappanavar murió de septicemia el 28 de octubre pasado, y la mitad de Irlanda todavía no se recupera. “Hoy me avergüenza ser irlandesa”, me dijo mi anfitriona. “Usted está en un país católico”, le dijo el hospital al marido que ahora ha perdido a su mujer, y que sabe, como sabemos todos, que esa muerte no era necesaria, que hubiera podido evitarse.
Irlanda, como se sabe, es un país de una vieja y arraigada tradición católica. Esto quiere decir, entre otras cosas, que los grupos de presión católicos son numerosos y están muy bien financiados. En 1983, como resultado de la muy bien financiada presión de estos grupos, la Constitución irlandesa se reformó para prohibir el aborto, aun en casos de violación o de complicaciones médicas o de bebés que nacerían muertos. El resultado es que desde los años 80 unas 138.000 mujeres han tenido que viajar a la vecina Inglaterra para abortar, incluyendo a una niña violada a sus 14 años que en 1992 fue noticia porque el Estado quería prohibirle viajar. Las que no pueden viajar, sea por razones económicas o (como Savita Halappanavar) por imprevisibles razones médicas, suelen sufrir las consecuencias: las consecuencias de un embarazo no deseado que a veces las obliga a una vida de sufrimiento y a veces puede, simplemente, acabar con sus vidas. Como le ha sucedido a Savita Halappanavar.
Pero la gente con la que hablo en Dublín está de acuerdo en una cosa: todo está cambiando. La autoridad de la Iglesia, que en 1983 estaba incólume, hoy se encuentra disminuida: en Irlanda se han dado algunos de los casos más graves de abusos sexuales por parte de curas y de encubrimiento doloso por parte de la Iglesia. Con algo de suerte (o de sentido común), las manifestaciones que entorpecieron mi llegada acabarán forzando a los partidos políticos a revisar la reforma de 1983, y dejará de ser necesario que una mujer joven y sana muera solamente por vivir en un país católico.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Obispos guardan silencia frente a la crisis en España, sin embargo se pronuncian en contra los homosexuales



LOS OBISPOS DICEN “NO”
Juan José Tamayo
Tras meses de silencio, por fin, los obispos españoles han hablado y lo han hecho en tropel, desde la cúpula más elevada hasta el último peldaño episcopal. Pero no cantemos victoria. No han hablado de la crisis, ni contra la reforma laboral, ni contra los recortes, ni para denunciar el incremento de la desigualdad en la sociedad española, ni para señalar con el dedo a los responsables de los casi seis millones de parados, ni para solidarizarse con el millón setecientas mil familias donde todos los sus miembros están parados, ni para transmitir esperanza al 50% de jóvenes sin salida.
        Lo han hecho para condenar la sentencia del Tribunal Constitucional a favor de la constitucionalidad de la ley del Matrimonio Homosexual. No solo quieren ser co-gobernantes y co-legisladores. No sólo son intérpretes de la Ley divina. También quieren actuar como jueces, como garantes de la justicia y  de la moralidad de las leyes, como intérpretes autorizados de la Constitución. Así se ha presentado el obispo de San Sebastián monseñor Munilla, -rechazado por el 85% de los sacerdotes de su diócesis-, quien ha considerado la sentencia del alto Tribunal como “una falta fidelidad” a la Constitución.
        Repitiendo el comportamiento insolidario del sacerdote y del levita de la Párabola del Buen Samaritano, la mayoría de los obispos españoles y de los movimientos eclesiales neo-conservadores que les sirven de corifeos pasan de largo y demuestran una gran insensibilidad ante el sufrimiento de los sectores más vulnerables de la sociedad: parados y paradas, muchos de ellos sin seguro de desempleo, inmigrantes, familias sin recursos, estudiantes que tienen que abandonar los estudios por no poder pagar las matrículas que han experimentado una subida desmesurada, o los comedores escolares, personas sin hogar,  jóvenes a quienes se les ha robado el presente y el futuro, mujeres maltratadas, personas mayores sin pensión, discapacitados físicos o psíquicos, enfermas y enfermos crónicos a quienes se les niega la aplicación de la Ley de Dependencia, etc.
¿Por qué esa insensibilidad, cuando tenían que dar ejemplo y tener entrañas de misericordia? Muy sencillo. Porque muchos de ellos viven en palacios rodeados de un ejército de servidores y no se ven afectados por la crisis. Porque están instalados en el sistema, de que recién beneficios y privilegios por doquier en todos los terrenos: educativos, fiscales, económicos, culturales, sociales, militares, tributarios, etc. Porque la Iglesia católica es la única institución que no ha sufrido recorte alguno en sus privilegios. Más aún, cada año ve incrementados los ingresos que recibe del Estado por la subida del nivel en la declaración de la renta del 0,5 al 0,7%. Ni con Franco tuvo tantos privilegios. ¡Y todavía se quejan de sentirse perseguidos! La jerarquía católica es insaciable en sus demandas de prebendas. Y lo peor es que los sucesivos gobiernos de la democracia, de derecha, de centro y de centro-izquierda –de izquierda-izquierda no ha habido realmente ninguno-, han renunciado a avanzar hacia el Estado laico, han sido y siguen siendo, de una u otra forma, rehenes del poder eclesiástico, sea este el Vaticano o la Conferencia Episcopal Española (CEE). 
Leyendo los documentos de la CEE, la pastorales de los obispos y sus declaraciones públicas, uno no encuentra más que noes: no a las relaciones sexuales prematrimoniales, no a los métodos anticonceptivos, no a la masturbación, no al matrimonio homosexual, no al divorcio, no a la comunión de los divorciados, no a la interrupción voluntaria del embarazo, no a la píldora del día después, no al matrimonio de los sacerdotes, no al sacerdocio de las mujeres, no a la fecundación in vitro, no a la investigación con células embrionarias, no a la eutanasia, etc. Están instalados en el no por sistema. Sólo he encontrado un sí: a la castidad. Me hubiera gustado otros síes: a la huelga general, a la escuela pública, a la educación sexista, a las leyes de igualdad de género, a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Pero ni los  he escuchado de sus labios, ni los he leído en sus documentos.  
Todavía no han dicho no a la contra-reforma laboral, no a los recortes en sanidad, servicios sociales, educación, investigación, becas, no al desmantelamiento de los servicios públicos, no a las privatizaciones, no a la Europa de los mercaderes, no al BCE, no a las multinacionales, no a la Europa del Bundesbank, no a la inyección de dinero público a los bancos, no a la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no a la violencia de género, no al capitalismo, etc. 
Bueno, hay que decir que algunos obispos han dicho un no indignado a los desahucios, que se han cobrados varias vidas humanas y están creando situaciones familiares dantescas. Y hay que felicitarlos. Pero acaban de informarme de la respuesta de otro obispo al que le pidieron la firma contra los desahucios: “No lo tengo claro”, dijo. ¡Y no firmó! A lo que los solicitantes de la firma le contestaron muy agudamente: “Menos claro es el Misterio de la Santísima Trinidad y Usted lo suscribe”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología de la Universidad Carlos III de Madrid. Su libro más reciente es Invitación a la utopía (Trotta, Madrid, 2012).
EL PERIODICO DE CATALUÑA, 15 de noviembre)