lunes, 29 de julio de 2013



El peligro de idolatrar al Papa y pedirle que sea quien no es
Por Juan Arias  | El País
RÍO DE JANEIRO.- Existe un peligro frente a la apreciación popular acerca del papa Francisco: que se le pida ser lo que él no es. Una cierta idolatrización de su persona debido a sus gestos de despojarse de símbolos e insignias del poder y de hacer suya la causa de los más pobres y olvidados, puede que hasta normal por la novedad que entraña en un sucesor de Pedro.
Es cierto, sin embargo, como escribe Clovis Rossi, uno de los más lúcidos analistas político-sociales de Brasil, que hasta ahora Francisco "no ha ofrecido substancia". Según él, proclamar que la Iglesia debe estar con los pobres es ya antiguo en las predicaciones de la Iglesia.

Hay, sin embargo, una frase de Francisco al inicio de su pontificado que quizá sí sea substancia: cuando dijo en su primer encuentro con los periodistas en Roma que le gustaría no sólo una Iglesia "de los pobres", algo que en teoría siempre existió, sino también una "Iglesia pobre", algo que cada vez existe menos.

Claro que Francisco tiene ahora en sus manos el poder de hacer ese deseo realidad, es decir, "substancia". Él empezó a hacerlo personalmente, también en su viaje aquí en Brasil al exigir austeridad a su alrededor: rechazó coches de lujo, dormitorios especiales y hasta al chef de cocina del hotel más famoso de Río, el Copacabana Palace, y prefirió que le cocinaran unas monjas.
Sin embargo, su ejemplo no basta para quien tiene el poder de exigirlo a los que trabajan en la Iglesia y para la Iglesia. Habrá que esperar nuevas decisiones suyas al respecto.

El otro gran peligro, además de una idolatrización por la novedad de sus gestos innovadores, es exigirle ser lo que él no es. Hasta ahora, en efecto, se habló más de lo que Francisco es que de lo que no es.
Parece claro que es un papa que privilegia la sencillez de vida por encima de la pompa; que prefiere el contacto con la gente a los políticos y poderosos, algo que contradice la conducta de muchos de sus antecesores, que preferían en los viajes, por ejemplo, un contacto ostensivo hasta con famosos dictadores de izquierdas o de derechas.
Aquí en Brasil, durante los minutos en que conversó con la presidenta Dilma Rousseff, ésta le preguntó si le gustaría juntarse con "alguna personalidad brasileña que no conocía". Y Francisco le respondió: "Sí,con Dios". Rechazó la petición del gobierno de convertir este viaje a Brasil en un viaje de Estado. Y así no tuvo que ir a Brasilia, centro del poder político.
Prometió renovar no sólo la curia romana, centro de las intrigas de poder religioso y financiero, sino también el papado. Habrá que ver si es capaz de cumplirlo. Y parece que tiene intención de rehabilitar a los 500 teólogos de la Iglesia condenados al silencio por la ortodoxia de la poderosa Congregación de la Fe, heredera directa de la Inquisición. Como dice Rossi, eso sí sería "substancia".

Hasta aquí lo que Francisco parece ser. ¿Y lo que no es? Ha empezado a quedar claro el miércoles en Río, cuando frente a un grupo de jóvenes que se están recuperando del infierno de la droga en el hospital de San Francisco de Así, decepcionó a la mayoría de los intelectuales y políticos progresistas no sólo de Brasil sino de toda América latina con su no rotundo a la liberalización de las drogas, que, según él, no resolvería el problema de lo que llamó los "mercaderes de la muerte", para referirse a la violencia del tráfico de drogas.

El mundo llamado progresista quedó confundido y desilusionado. ¿No es entonces Francisco el papa moderno que se decía?, parecían preguntarse todos los que, con unas motivaciones u otras defienden que no sea castigado el consumo de drogas, cuya venta, sostienen, debería ser permitida como las bebidas alcohólicas.

Y no será ésta la única vez que Francisco va a desilusionar al llamado "mundo progresista" de fuera y dentro de la Iglesia. Porque el Papa, del que se escribió que ya hizo su primer milagro ("hacer que los brasileños amen a un argentino"), va a desilusionar cuando aborde temas de ética sexual. Por ejemplo, Francisco está en contra del aborto, no por motivos religiosos, dice, sino porque la ciencia afirma que los embriones tienen vida propia. Y escribe: "El derecho a la vida es el primero de los derechos humanos. Abortar es matar a quien no puede defenderse" ( Sobre el c ielo y la Tierra, pagina 105).

Está en contra del matrimonio religioso de las personas del mismo sexo y de que adopten niños. En un manual de bioética entregado al millón de jóvenes peregrinos en Río se llega a dudar de la "salud mental" de los niños de padres homosexuales.

Está en contra el Papa de que la mujer pueda acceder al sacerdocio porque ello supondría crear una Iglesia "machista", ya que, según él, "la tradición fundamental teológica es que lo sacerdotal pase por el varón".
Eso es lo que Francisco no es: un progresista en ética sexual o en feminismo. ¿Entonces todo el ruido de que se trata de un papa de ruptura, que podría revolucionar los fundamentos mismos de la Iglesia apelando a la tradición del cristianismo primitivo carece de fundamento?

No. Hoy el lenguaje y la semántica pasan por una crisis profunda tanto en el campo político como religioso. Si ya significan poco los conceptos de izquierdas y derechas aplicados a la política y a la economía, también en lo religioso los clichés de progresista y conservador dicen poco.
¿Cómo se califica al papa Juan XXIII, que lanzó la revolución del Concilio Vaticano II? A 50 años de distancia pasa aún hoy por ser uno de los sucesores de Pedro más abiertos y audaces. Sin embargo, también el "Papa bueno" era en el campo de la ética sexual tan tradicional o más que Francisco. Quien lee hoy su Diario del alma se quedará sorprendido de ver en él la biografía espiritual de un papa simplemente piadoso, aferrado a la tradición incluso devocional, que piensa como un buen "párroco de pueblo". Justamente de lo que Francisco ha sido criticado aquí por sus primeros discursos, de los que se ha escrito que no han sido ni más ni menos que los que podría haber pronunciado un "simple sacerdote de parroquia de suburbio".

A Francisco hay que interpretarlo, en sus gestos y palabras, con los ojos y los oídos puestos más en las parábolas del Evangelio que en los textos eruditos de Agustín o Tomás de Aquino.

Ha llegado a escandalizar a algunos teólogos conservadores de la curia la afirmación de Francisco de que también los ateos pueden salvarse "si hacen algo por los demás". Podría parecer una simpleza. No, en la Iglesia, una afirmación semejante en otros tiempos hubiese sido suficiente para deponer al papa de su cargo por "hereje". El futuro dirá si Francisco, que en cuatro meses de pontificado hizo ya más ruido que algunos papas durante todo el suyo, es más importante por lo que es que por lo que no es y que algunos se empeñan en que sea.