jueves, 12 de abril de 2012

¿Qué cosa es ser laico?





¿Qué cosa es ser laico?

María López Vigil

La palabra “laico” viene del griego “laikos”,
que significa “alguien del pueblo”.
La raíz de esta palabra, “laos”, significa eso: “pueblo”.
El pueblo somos todos, todas.

Hace dos-tres siglos, y en la medida en que la iglesia católica
fue perdiendo el poder que tenía sobre los gobiernos en Europa,
los Estados comenzaron a separarse de la Iglesia.

Un Estado es el conjunto de instituciones que tienen autoridad
para establecer las leyes que regulan una sociedad.
Los Estados europeos, al separarse de la Iglesia, empezaron a ser laicos para empezar a ser democráticos: al servicio de todo el pueblo,
de toda la población, fuera católica o no.
A América Latina esas ideas, modernas, avanzadas,
llegaron tarde o nunca llegaron con suficiente fuerza.

Un Estado laico, un gobierno laico, no significa un gobierno
que está contra alguna religión ni mucho menos contra Dios.
Es un gobierno que respeta todas las religiones,
pero que no decide sus leyes, sus políticas, sus proyectos
por lo que manda o propone alguna religión.
Significa también que en sus discursos oficiales
el gobierno no se proclama de ninguna religión
ni “usa” el nombre de Dios o recurre a la Biblia o reza oraciones
para parecer más bueno o más justo.

Alguna gente confunde “laico” con “ateo”.
Ateo es quien no cree en Dios.
Laico es quien no mete a Dios en donde no corresponde meterlo.

Como las ideas sobre Dios son siempre diferentes,
como son muy personales,
como existen diversas religiones
y diversas interpretaciones aun en cada religión,
si metemos a Dios en las leyes y en las políticas públicas
corremos el grave peligro de meter a “un Dios”,
a una determinada idea de Dios,
dejando por fuera a la gente que no piensa igual sobre “ese” Dios.
Y el Estado debe servir a toda la población.

Es cierto que en Nicaragua y en Centroamérica
la mayoría de la gente es cristiana: cristiana-católica o cristiana-evangélica.
Por eso, alguna gente dice que como en una democracia la mayoría manda, el Estado, el gobierno y las leyes deben guiarse por la moral cristiana.
Eso ya no es tan cierto.
En una democracia la mayoría manda, pero manda respetando a las minorías. Y en Nicaragua y en Centroamérica
hay cada vez más personas de otras religiones
y personas que no están de acuerdo con los mandatos,
las tradiciones, los dogmas y la moral cristiana en su versión oficial,
según la enseñan y proclaman obispos, sacerdotes y pastores.
Tal vez esas personas son aún minoría,
pero el respeto a las minorías es esencial en una democracia.
El mejor camino para resolver el “problema” de mayorías y minorías
es que el Estado sea laico.
Así todas las personas se sienten incluidas,
así todas se sienten representadas.

En Nicaragua el Estado es laico desde 1893
desde la Revolución Liberal de Zelaya.
Desde entonces hasta la actual Constitución quedó establecido
que en Nicaragua el Estado no tiene religión oficial (artículo 14)
y que la educación pública en Nicaragua es laica (artículo 50).
Sin embargo, en Nicaragua el Estado no actúa como un Estado laico.
Y como pasa con tantas otras cosas que están en nuestra Constitución,
las instituciones públicas no cumplen con la laicidad del Estado.

Son muchas las señales que nos indican que en Nicaragua
ningún gobierno ha respetado el principio constitucional del Estado laico.
Hoy, los actos de la Presidencia inician con oraciones o bendiciones
del Cardenal o de algún sacerdote.
Hace unos años, durante una sequía, el anterior Presidente
emitió un decreto ordenando que en iglesias y cultos
se hicieran rogativas a Dios para pedir la lluvia.
La Policía Nacional celebra sus aniversarios con misas.
Los miembros del Ejército rinden honores a una imagen de la Virgen María. Obispos y pastores critican el Manual de Educación Sexual para las escuelas y logran eliminarlo.
Obispos y pastores consiguen que los diputados
penalicen el aborto terapéutico en la legislación…
Hay muchos ejemplos más.
Y seguramente hay muchos ejemplos en cada país de Centroamérica.

Pocas veces escuchamos voces que desde la sociedad
cuestionen y rechacen esas violaciones constitucionales.
¿Por qué? ¿Nadie se atreve a criticarlas?
¿No será que la mayoría de la gente piensa
que todas esas acciones son “buenas” o que “no hacen daño”
o que metiendo a Dios en todo así se “fomentan valores”?

Lo que pasa es que el Estado laico no funciona
donde la población no tiene conciencia laica.
La mayoría de la gente, tal vez nosotras también,
no tenemos una conciencia laica.
El resultado es que en “el país legal” el Estado es laico,
pero en “el país real” no existe conciencia laica,
y es muy poca la gente que valora el Estado laico
y exige que el gobierno actúe realmente de forma laica.

Cuando el Estado no es laico se violan derechos ciudadanos,
los derechos de las personas que no tienen religión
o los derechos de las personas que no sentimos ni entendemos la religión como la entienden los sacerdotes y pastores.

Hay violaciones del Estado laico que nos perjudican mucho a las mujeres.
Los ejemplos más claros los tenemos
en las políticas de educación y en las políticas de salud.
En Nicaragua y en Centroamérica no hay educación sexual en las escuelas porque obispos, sacerdotes y pastores
se han opuesto siempre a esa educación.
Y aún más grave: el aborto terapéutico está penalizado en todos los casos:si corre riesgo la vida de la mujer, si el feto tiene una enfermedad incurable o si el embarazo es producto de una violación,
porque obispos, sacerdotes y pastores
lograron imponer sus criterios a toda la sociedad.

El aborto es un tema polémico, que requiere debate.
La posición oficial de la iglesia católica y la de algunas iglesias evangélicas, opuestas totalmente al aborto,
no es la posición ni de todas las autoridades ni de todos los feligreses.
Hay posiciones diferentes sobre el aborto en otras religiones,
y las hay también dentro de las iglesias cristianas.

La ley que penaliza el aborto en toda circunstancia no responde
al sentir de toda la población.
Las leyes son para todos y tienen que basarse en razones científicas,
en razones médicas, en razones sociales.
La salud pública es “pública”:
eso significa que es para todo mundo, no sólo para los creyentes.
Un Estado laico tiene políticas públicas que deben servir a todos.

La iglesia católica y las iglesias evangélicas tienen derecho
a proponer, a exponer y a defender sus posiciones sobre moral sexual.
Pero no tienen derecho a imponérselas a toda la sociedad.
Y cada uno de nosotros, católicos o evangélicos,
tenemos derecho a opinar sobre lo que dicen las iglesias
y a debatir sobre lo que dicen.
Y a no aceptar todo lo que dicen y a no cumplirlo
si sentimos que eso nos hace daño.
Nuestra brújula es nuestra conciencia.

Si la Constitución establece que un Estado es laico,
las creencias católicas o evangélicas sobre la sexualidad humana
o sobre cualquier otro asunto
no deben imponerse a nadie.
Las escuelas deben brindar una educación sexual abierta y humanista,
sin prejuicios, sin miedo a castigos,
no basada en la moral católica o evangélica,
y mucho menos cuando esa moral la entienden las autoridades religiosas desde posiciones cerradas.
Igualmente, los centros de salud y los hospitales
deben garantizar a todos y a todas sus derechos sexuales
y sus derechos reproductivos, sin negárselos por criterios religiosos.

A pesar de que somos, o decimos ser, un pueblo cristiano,
olvidamos que Jesús de Nazaret fue un laico.
Jesús nació dentro de una religión, el Judaísmo,
pero rechazó abiertamente muchas tradiciones y leyes de su religión
y confrontó apasionadamente a los religiosos y sacerdotes de su tiempo.
Puso siempre la compasión frente al sufrimiento
por encima de cualquier ley religiosa.
Jesús no fundó una religión, tampoco fundó una iglesia.
Propuso una comunidad de iguales basada en el respeto,
propuso una ética para transformar el poder en servicio
y las relaciones humanas, basándolas en la equidad y el amor.
Una conciencia laica prioriza la ética sobre la religión.

Hay que luchar porque el Estado sea laico.
Pero también hay que trabajar porque la conciencia de los hombres y mujeres, sea una conciencia laica.
Eso ayudará a liberar especialmente a las mujeres de esa cárcel ideológica
en la que la religión, monopolizada en su interpretación siempre por hombres, las ha tenido presas.

Trabajar por una conciencia laica
significa revisar, re-pensar las ideas que tenemos sobre Dios,
sobre Jesús, sobre María, sobre las iglesias, sobre la Biblia…
La lucha por el Estado laico no es contra las autoridades de las iglesias.
Es contra la autoridad que tiene la iglesia para imponer sus ideas
y para convencernos de que tiene derecho a hacerlo.

El día en que dejemos de creer que sacerdotes y pastores representan a Dios, que ellos saben más de Dios que nosotros,
que ellos perdonan pecados, que ellos son las “escaleras” para llegar a Dios, que ellos tienen poderes especiales y divinos,
que es en las iglesias y en los templos es donde nos encontramos con Dios, ese día el Estado comenzará a ser laico.