EL VATICANO, HEREJÍA DEL CRISTIANISMO
Juan José Tamayo
A principios del siglo XX el
teólogo modernista francés Alfred Loisy escribió en El Evangelio y la Iglesia : “Jesús anunció el Reino y vino la
Iglesia ”. El papa no tardó en poner la obra en el Índice de Libros Prohibidos.
Sin embargo, Loisy tenía razón, como demostrara después el exegeta alemán
Rudolf Schnackenburg en su influyente obra La
Iglesia del Nuevo Testamento: “No la Iglesia , sino el Reino constituye la
última intención del plan divino”. Schnackenburg es el teólogo de referencia de
Benedicto XVI en sus recientes obras sobre Jesús de Nazaret de manera reiterada
y elogiosa.
Yo creo que la Iglesia constituye el primer fracaso de Jesús el Galileo,
que puso en marcha un movimiento igualitario de hombres y mujeres, nacido en la
“Galilea de los gentiles”, contrahegemónico, ubicado en los márgenes de la
sociedad y de la religión judía, que anunció el reino de Dios como alternativa
al poder político-imperial y a la religión tradicional.
Luego surgió la Iglesia como
organización jerárquico-patriarcal, aliada con el poder y ella misma
detentadora de todo el poder, el espiritual y el temporal. Para ello tuvo que
incumplir la orden del Maestro: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de
las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes los
oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino el que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros, será esclavo de todos” (Marcos, 10,42-44).
La Iglesia se organizó al modo imperial
y, con el paso del tiempo se convirtió en Estado bajo la autoridad del Papa,
persona con más poder que los faraones egipcios los emperadores romanos, los
califas otomanos y los reyes católicos pero que osa llamarse “siervo de los
siervos de Dios”. Si la Iglesia no es de institución divina, menos aún lo es el
Vaticano. Este no es el centro de la Cristiandad , ni Roma, la ciudad santa y
eterna, sino, un lugar de intrigas, maquinaciones, traiciones, luchas por
poder, negocios turbios. No sé si nació para eso, pero, históricamente, ha
actuado así, unas veces con nocturnidad y alevosía; otras, con luz y
taquígrafos, hasta el punto de convertirse en ejemplo, o, mejor, mal ejemplo,
de comportamientos oscuros, que con frecuencia se han justificado e imitado.
El papa no está libre de las intrigas,
es parte de las mismas y, en ocasiones, su principal responsable. Es el caso de
Benedicto XVI, que lleva treinta años en el centro de la intriga, primero
como presidente de la todopoderosa poderosa Congregación para la Doctrina de la
Fe , que condenó a teólogos y teólogas acusados de heterodoxos y sustituyó a
obispos del concilio Vaticano II por obispos neoconervadores. Luego, en el
Cónclave, donde movió todos los hilos para conseguir su elección papal con el
apoyo de la mayoría de los cardenales que habían sido nombrados durante su
mandato como Inquisidor de la Fe. Y ahora como Jefe de Estado de la Ciudad del
Vaticano, que, según la “Constitución” del Vaticano, detenta en su persona la
plenitud de los tres poderes, y como Papa, que gobierna a más de mil católicos
de todo el mundo, que no han participado en su elección y cuyas decisiones son
inapelables.
Ayer conocimos la noticia del
procesamiento del mayordomo del Papa Paolo Gabriele y del empleado de la
Secretaría del Vaticano Claudio Sciarpelleti, acusados de robo y difusión de
documentos secretos de la Santa Sede , según la sentencia del juez
instructor del Tribunal del Estado Vaticano contra el mayordomo del papa
Gabriele acusado de “robo con agravante”. El mayordomo ha reconocido los cargos
que se le imputan alegando que su intención era “mejorar la situación eclesial
vivida en el interior del Vaticano y nunca para dañar a la Iglesia ”.
Yo creo que en la trama está implicada
buena parte de Curia, incluido el Papa. Todos deberían ser investigados. Y,
tras la investigación, proceder a la supresión del Vaticano como Estado, que es
la gran herejía del cristianismo, y del Papa como Jefe de Estado, que es la
encarnación del poder absoluto. Por ahí debe comenzar la Reforma de la Iglesia
, como acaba de proponer Pére Casaldáliga, obispo catalán emérito de la
Prelatura brasileña de Sâo Felix do Araguaia.