El peligro de idolatrar al
Papa y pedirle que sea quien no es
Por Juan
Arias | El País
RÍO DE JANEIRO.- Existe un peligro frente a la
apreciación popular acerca del papa Francisco: que se le pida ser lo que él no
es. Una cierta idolatrización de su persona debido a sus gestos de despojarse
de símbolos e insignias del poder y de hacer suya la causa de los más pobres y
olvidados, puede que hasta normal por la novedad que entraña en un sucesor de
Pedro.
Es cierto, sin embargo, como escribe Clovis Rossi,
uno de los más lúcidos analistas político-sociales de Brasil, que hasta ahora
Francisco "no ha ofrecido substancia". Según él, proclamar que la
Iglesia debe estar con los pobres es ya antiguo en las predicaciones de la
Iglesia.
Hay, sin embargo, una frase de Francisco al inicio
de su pontificado que quizá sí sea substancia: cuando dijo en su primer
encuentro con los periodistas en Roma que le gustaría no sólo una Iglesia
"de los pobres", algo que en teoría siempre existió, sino también una
"Iglesia pobre", algo que cada vez existe menos.
Claro que Francisco tiene ahora en sus manos el
poder de hacer ese deseo realidad, es decir, "substancia". Él empezó
a hacerlo personalmente, también en su viaje aquí en Brasil al exigir
austeridad a su alrededor: rechazó coches de lujo, dormitorios especiales y
hasta al chef de cocina del hotel más famoso de Río, el Copacabana Palace, y
prefirió que le cocinaran unas monjas.
Sin embargo, su ejemplo no basta para quien tiene
el poder de exigirlo a los que trabajan en la Iglesia y para la Iglesia. Habrá
que esperar nuevas decisiones suyas al respecto.
El otro gran peligro, además de una idolatrización
por la novedad de sus gestos innovadores, es exigirle ser lo que él no es.
Hasta ahora, en efecto, se habló más de lo que Francisco es que de lo que no
es.
Parece claro que es un papa que privilegia la
sencillez de vida por encima de la pompa; que prefiere el contacto con la gente
a los políticos y poderosos, algo que contradice la conducta de muchos de sus
antecesores, que preferían en los viajes, por ejemplo, un contacto ostensivo
hasta con famosos dictadores de izquierdas o de derechas.
Aquí en Brasil, durante los minutos en que conversó
con la presidenta Dilma Rousseff, ésta le preguntó si le gustaría juntarse con
"alguna personalidad brasileña que no conocía". Y Francisco le
respondió: "Sí,con Dios". Rechazó la petición del gobierno de
convertir este viaje a Brasil en un viaje de Estado. Y así no tuvo que ir a
Brasilia, centro del poder político.
Prometió renovar no sólo la curia romana, centro de
las intrigas de poder religioso y financiero, sino también el papado. Habrá que
ver si es capaz de cumplirlo. Y parece que tiene intención de rehabilitar a los
500 teólogos de la Iglesia condenados al silencio por la ortodoxia de la
poderosa Congregación de la Fe, heredera directa de la Inquisición. Como dice
Rossi, eso sí sería "substancia".
Hasta aquí lo que Francisco parece ser. ¿Y lo que
no es? Ha empezado a quedar claro el miércoles en Río, cuando frente a un grupo
de jóvenes que se están recuperando del infierno de la droga en el hospital de
San Francisco de Así, decepcionó a la mayoría de los intelectuales y políticos
progresistas no sólo de Brasil sino de toda América latina con su no rotundo a
la liberalización de las drogas, que, según él, no resolvería el problema de lo
que llamó los "mercaderes de la muerte", para referirse a la
violencia del tráfico de drogas.
El mundo llamado progresista quedó confundido y
desilusionado. ¿No es entonces Francisco el papa moderno que se decía?,
parecían preguntarse todos los que, con unas motivaciones u otras defienden que
no sea castigado el consumo de drogas, cuya venta, sostienen, debería ser
permitida como las bebidas alcohólicas.
Y no será ésta la única vez que Francisco va a
desilusionar al llamado "mundo progresista" de fuera y dentro de la
Iglesia. Porque el Papa, del que se escribió que ya hizo su primer milagro
("hacer que los brasileños amen a un argentino"), va a desilusionar
cuando aborde temas de ética sexual. Por ejemplo, Francisco está en contra del
aborto, no por motivos religiosos, dice, sino porque la ciencia afirma que los
embriones tienen vida propia. Y escribe: "El derecho a la vida es el
primero de los derechos humanos. Abortar es matar a quien no puede
defenderse" ( Sobre el c ielo y la Tierra, pagina 105).
Está en contra del matrimonio religioso de las
personas del mismo sexo y de que adopten niños. En un manual de bioética
entregado al millón de jóvenes peregrinos en Río se llega a dudar de la
"salud mental" de los niños de padres homosexuales.
Está en contra el Papa de que la mujer pueda
acceder al sacerdocio porque ello supondría crear una Iglesia
"machista", ya que, según él, "la tradición fundamental
teológica es que lo sacerdotal pase por el varón".
Eso es lo que Francisco no es: un progresista en
ética sexual o en feminismo. ¿Entonces todo el ruido de que se trata de un papa
de ruptura, que podría revolucionar los fundamentos mismos de la Iglesia
apelando a la tradición del cristianismo primitivo carece de fundamento?
No. Hoy el lenguaje y la semántica pasan por una
crisis profunda tanto en el campo político como religioso. Si ya significan
poco los conceptos de izquierdas y derechas aplicados a la política y a la
economía, también en lo religioso los clichés de progresista y conservador
dicen poco.
¿Cómo se califica al papa Juan XXIII, que lanzó la
revolución del Concilio Vaticano II? A 50 años de distancia pasa aún hoy por
ser uno de los sucesores de Pedro más abiertos y audaces. Sin embargo, también
el "Papa bueno" era en el campo de la ética sexual tan tradicional o
más que Francisco. Quien lee hoy su Diario del alma se quedará
sorprendido de ver en él la biografía espiritual de un papa simplemente
piadoso, aferrado a la tradición incluso devocional, que piensa como un buen
"párroco de pueblo". Justamente de lo que Francisco ha sido criticado
aquí por sus primeros discursos, de los que se ha escrito que no han sido ni
más ni menos que los que podría haber pronunciado un "simple sacerdote de
parroquia de suburbio".
A Francisco hay que interpretarlo, en sus gestos y
palabras, con los ojos y los oídos puestos más en las parábolas del Evangelio
que en los textos eruditos de Agustín o Tomás de Aquino.
Ha llegado a escandalizar a algunos teólogos
conservadores de la curia la afirmación de Francisco de que también los ateos
pueden salvarse "si hacen algo por los demás". Podría parecer una
simpleza. No, en la Iglesia, una afirmación semejante en otros tiempos hubiese
sido suficiente para deponer al papa de su cargo por "hereje". El
futuro dirá si Francisco, que en cuatro meses de pontificado hizo ya más ruido
que algunos papas durante todo el suyo, es más importante por lo que es que por
lo que no es y que algunos se empeñan en que sea.