El aborto provoca un cisma entre católicos
Cristianos de base y algunos teólogos cuestionan la
posición oficial de los obispos
Ante las arengas antiabortistas, responden: “Que lo
que para algunos es pecado no se convierta en delito para el resto”
Juan
G. Bedoya Madrid 17
ABR 2013 - 20:41 CET60Manifestación contra
la ley del aborto en 2010. / Cristóbal Manuel
Como si por España no pasasen los años, las
preguntas retóricas o agresivas sobre el aborto voluntario resurgen con fuerza
tres décadas después del debate que concluyó con la despenalización de la
interrupción voluntaria del embarazo y su aceptación por el Tribunal
Constitucional. ¿Es usted proabortista o antiabortista? ¿Es
“licencia para matar a inocentes” la conocida como ley del aborto, como sostienen
una y otra vez los obispos? ¿Hay unanimidad en el catolicismo sobre esta
cuestión? Si no la hay, ¿cuál es la hondura del cisma? La semana pasada, la Conferencia Episcopal Española (CEE) lanzó
otra campaña sobre el tema y proliferan las manifestaciones tremendistas
intentando forzar al Gobierno para que cumpla la promesa de reformar a la baja
la actual legislación.
El ministro encargado de concretarla, Alberto Ruiz-Gallardón, se comprometió a presentar esa
reforma en las Cortes “en el primer trimestre de 2013”. Superado el
plazo, se ha convertido en objetivo de las protestas de los grupos extremistas
autodenominados provida, con manifestaciones y exhibiciones de pancartas que lo
execran severamente. “La ley más urgente”, apremian las banderolas. Unos
manifestantes se presentaron en una de esas demostraciones públicas con dos
gallinas. “Gallardón, el ministro gallina”, querían decir. Pero ni hay
unanimidad en la derecha sobre la urgencia y el alcance de esa reforma (ni
siquiera, sobre si conviene hacerla), ni los obispos cuentan con el respaldo de
gran una parte de sus propios fieles, en un cisma nada soterrado.
“Este soy yo… humano desde el principio”, titula la
Conferencia Episcopal la que llama Campaña por la Vida 2013. Se gasta 150.000
euros anunciándola en diferentes formatos por toda España con 1.300 vallas
publicitarias, 100.000 estampas, 15.000 carteles, 50.000 dípticos, 12.000
ejemplares de una carta episcopal, 15.000 subsidios litúrgicos y un vídeo de dos minutos en
el que personas anónimas, de diferentes edades, recuerdan momentos especiales
de sus vidas, “desde que estaban en el vientre de sus madres y eran seres
humanos que iban a nacer”. Así lo explica el comunicado oficial de la CEE.
Entre otras propuestas, los obispos piden a sus fieles que cambien la foto en
el perfil de Facebook por una ecografía en el vientre materno.
En el mensaje emitido con motivo de esta campaña,
los obispos también buscan intervenir en política, sin disimulo. “Una
conciencia cristiana bien formada no debe favorecer con el propio voto la
realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que
contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales
de la fe y la moral. Nuestra obligación es ayudar al discernimiento acerca de
la justicia y de la moralidad de las leyes. La actual legislación es gravemente
injusta. Es urgente su modificación, para que sean reconocidos y protegidos los
derechos de todos en lo que toca al más elemental y primario derecho de la
vida”.
Varios prelados han calentado la campaña con
manifestaciones de grueso calibre. Los más explícitos han sido el cardenal de
Madrid y líder del episcopado, Antonio María Rouco, en su discurso inaugural de la
asamblea plenaria de la CEE, el lunes pasado; el obispo de San
Sebastián, José Ignacio Munilla, denunciando “el holocausto
silencioso del aborto” (“¡No los matéis! Dádselos a quienes les
aman y están dispuestos a dar su vida por ellos”, proclama); el arzobispo de
Oviedo, Jesús Sanz (“Me sorprende enormemente que este gobierno conservador aún
no haya modificado la ley del aborto”, ha dicho), y el inevitable Juan Antonio Reig Plan, prelado de
Alcalá de Henares y presidente de la Subcomisión de Familia y
Vida en la CEE , promotor, por tanto, de todas estas propagandas. “La batalla
contra el aborto y por la vida será larga, seguramente como la que pretendía
abolir la esclavitud”, dijo hace una semana. La comparación de la lucha contra
el aborto voluntario con la lucha contra las leyes esclavistas es ya un tópico
en el agitado movimiento antiabortista de
Estados Unidos.
Más a la derecha, si cabe, varios grupos reclaman
la derogación absoluta de esa norma, es decir, la prohibición y penalización de
todo aborto voluntario. “Si es un crimen, no puede aceptarse en ningún
supuesto”, sostienen. Son los más críticos con el Gobierno y el PP, acusados de
“conservadores de los avances del PSOE”.
Hasta aquí, la posición del episcopado y sus grupos
afines. Enfrente se alzan las bases católicas que pisan la calle y ven el sufrimiento
de las mujeres que afrontan un embarazo no deseado. ¿Querrían los obispos
añadir a su drama la tragedia de la cárcel? Es una pregunta retórica.
Se trata de católicos que se sienten dentro de la
Iglesia romana, pero alejados de muchos de sus mandatos o proclamas, no solo en
el tema del aborto. Como señala el teólogo Juan José Tamayo, “se trata de
creyentes que han interiorizado el mensaje que el fundador cristiano sostuvo
ante las jerarquía religiosas de su tiempo: que lo más importante es aliviar (y
a ser posible, suprimir) el sufrimiento, por encima del cumplimiento de una ley
temporal”. Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de la
Religión en la Universidad Carlos III, en Madrid.
La organización Redes Cristianas pone el punto de
mira en el ministro de Justicia. “Cuando el mar estaba en calma, llega
Gallardón y con él, por motivos ideológicos, la minoritaria voz del
nacionalcatolicismo emerge con fuerza hasta alborotar la pacífica posesión de
la ley de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del
embarazo. En buena sintonía con los Derechos Humanos y las últimas
adquisiciones de las ciencias antropobiológicas, esta ley nos sitúa ética y
jurídicamente entre los países modernos de nuestro entorno sociocultural. Crear
un problema social, con el 83% de la ciudadanía en contra de la anunciada
reforma, es una temeridad y una torpeza de primera magnitud”, afirma.
Redes Cristianas agrupa a centenares de iglesias de
base y a grupos organizados en toda España, como las asociaciones Somos
Iglesia, el Foro de Curas y la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Igual contundencia exhibe la Plataforma en Defensa
de los Derechos Sexuales y Reproductivos. Afirma: “El Gobierno debe garantizar
que lo que para algunas personas es pecado, no se convierta en delito para el
resto, y defender el Estado de Derecho de esos sectores integristas religiosos.
La legislación restrictiva nunca es un instrumento para evitar la práctica del
aborto, sino la causa de un mayor índice de mortalidad materna. Con la nueva
ley, las mujeres con fortuna acudirán a la clandestinidad; las desfavorecidas,
a peligrosos remedios caseros”.
La teóloga Margarita Pintos, presidenta de la
Asociación para el Diálogo Interreligioso, señala que el problema debe
analizarse “desde la perspectiva de los derechos humanos, como un problema
social y de salud pública”. Añade: “La salud sexual y reproductiva es un estado
general de bienestar que excede al mero hecho de tener acceso a métodos
anticonceptivos o a servicios de planificación familiar. Los derechos sexuales
aseguran a todas las personas la posibilidad de tomar decisiones sobre su
sexualidad y ejercerla libremente, sin presión ni violencia. Los límites del derecho
al aborto están relacionados con las creencias religiosas, no solo con razones
culturales o motivaciones socio-económicas”.
Entre otras propuestas, los obispos
piden a sus fieles que cambien la foto en el perfil de Facebook por una
ecografía en el vientre materno.
Sobre la posición de la jerarquía, Pintos sostiene
que “todas las religiones establecen el principio general del respeto a la vida
y la dignidad humana, pero solo en la Iglesia católica el aborto es siempre un
crimen, doctrina que no forma parte del magisterio extraordinario o dogmático
y, por tanto, es tema abierto a interpretación”. Concluye: “En el fondo, un
patriarcado religioso no admite que las mujeres decidan en libertad y sin
coerción sobre su cuerpo. Si la mujer no cumple con el papel que el patriarcado
le ha asignado, estará cometiendo un acto de rebeldía contra la voluntad
divina. La mayoría de las mujeres no tenemos miedo a esas amenazas. Somos
conscientes de que nuestros cuerpos han estado colonizados. Ahora sabemos que
no somos indignas, pero sí estamos indignadas”.
Juan Masiá Clavel, jesuita y teólogo, considerado
una autoridad mundial en cuestiones de bioética, confiesa que le incomoda este
debate. “Decían los viejos manuales de urbanidad que un buen postre quita el
empacho del segundo plato. Me empachan las declaraciones asfixiantes de algún
eclesiástico. Releo unos párrafos de la biografía del papa Juan el Bueno [Juan
XXIII]. Era por julio del 62, cuando un calor sofocante hacía sudar a los
cardenales en las comisiones de trabajo conciliares. El biógrafo de los papas,
Peter Hebblethwaite, nos lo cuenta así en Juan XXIII: El Papa del
Concilio: El papa Juan comenzó a distanciarse de algunos de los borradores
preliminares para el Vaticano II. Un día midió una página con su regla y dijo:
Quince centímetros de condenas y solo dos centímetros de alabanza. ¿Acaso es
esta la manera de dialogar con el mundo contemporáneo? Correspondió al cardenal
Montini, luego Pablo VI, la tarea de hacer comprender esta idea al concilio.
Los anatemas y las condenas, dijo, no son la respuesta contra los errores
contemporáneos.
En el mundo moderno los remedios contra los errores son la
misericordia, la caridad y el testimonio de vida cristiana”.
Por eso, los fieles que asumen por razones
humanitarias la despenalización del aborto se muestran escandalizados cuando
alguno de sus pastores ha llegado a decir que un aborto voluntario es peor que
el abuso sexual a menores por parte de eclesiásticos, o que “la violación de la
fe es diez mil veces peor que violar a una niña”. La primera afirmación es del
cardenal Antonio Cañizares, exprimado de Toledo y actual prefecto (ministro) de
la Pontificia Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos. La
segunda frase salió de la boca de un destacado eclesiástico argentino, Jorge
Gómez, de la archidiócesis de Buenos Aires.
“En bioética, la opinión pública está dividida en
extremismos”, afirma el jesuita Juan Masiá. De sobra se ve en España. Masiá era
director de la cátedra de Bioética en la Universidad Pontificia de Comillas y
fue destituido sin miramiento en 2006 por presiones de la jerarquía católica.
Hoy vive en Japón, pero vuelve a Europa con frecuencia, muy reclamado en foros
y debates. Acaba de publicar Cuidar la vida. Debates bioéticos(Herder/Religión
Digital). No defiende el aborto (¿quién querría abortar por abortar?), pero
reclama misericordia ante la mujer que lo reclama legalmente. “La pastoral es
mucho más amplia que la moral. Debemos estar con quienes toman una decisión tan
grave. Hay que acompañar a las personas. Una vez que lo deciden y pasan un
punto de no retorno, no hay que decir que no lo hagan, eso solo aumentaría su
culpabilidad”, dice.
Pese a lo que parece escuchando a jerarcas como el
papa Francisco o el cardenal Rouco, nunca ha habido unanimidad en torno al
aborto en el cristianismo romano. Tampoco en los otros cristianismos. Siempre
ha sido un asunto de intensos debates a lo largo de su historia, con pluralidad
de planteamientos, actitudes y prácticas conforme a las concepcion es
antropológicas de cada época y de las escuelas de pensamiento.
Durante siglos, la teoría predominante en la
Iglesia , bajo la influencia griega, fue la de la hominización tardía o la
animación del feto, seguida por los más prestigiosos teólogos medievales e
incluso modernos. Según esta teoría, el feto era informado por el alma a los
tres meses del embarazo. Hasta entonces no había propiamente vida humana, sino solo
vegetativa primero y animal después. Por eso, el aborto de un feto durante las
12 primeras semanas no sería homicidio, infanticidio o asesinato, al no estar animado. Algunas
teorías, siguiendo cálculos machistas, distinguían incluso entre la animación
del feto masculino y el femenino, adelantando la primera a los 40 días y la
segunda a los 90.
La idea de la animación fue sostenida nada menos
que por san Agustín de Hipona, santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, san
Alberto Magno y otros muchos teólogos medievales, e incluso modernos como el
jesuita Luis de Molina.
Son multitud —y quizás mayoría— los
teólogos que se apartan ahora de las intransigencias del Vaticano y sostienen
sus posiciones con aplomo doctrinal. Decir que la vida empieza en el momento de
la concepción, como sentencian los obispos (¿y por qué no ya en el
espermatozoide entero?), es tan extravagante como imponer la idea a sangre y
fuego de que la Tierra era el centro del universo y que no había otros mundos
que el conocido por los papas. Copérnico, Galileo y Giordano Bruno —este, sobre
todo— se habrían ahorrado muchos disgustos.
El alemán Karl Rahner (1904-1984) dijo
que ningún teólogo podía probar que la interrupción del embarazo es, en cada
caso, un asesinato. Opinan igual pensadores tan importantes y escuchados como
Hans Küng, Juan José Tamayo y Marciano Vidal, entre otros muchos. Enfrente, el
magisterio eclesiástico actual califica el aborto de asesinato en todos los
casos, sin tener en cuenta las circunstancias del mismo y los plazos en que se
realiza.
Hablando de España, los colectivos
católicos —movimientos de mujeres, teólogos y teólogas, iglesias de base, el
Foro de Curas, etcétera— desoyen el repique episcopal y se expresan
públicamente partidarios de la actual ley sobre el aborto. Muchos lo hacen por
razones humanitarias —¿querrían meter en la cárcel los obispos a las decenas de
miles de mujeres que abortan cada año?—. Otros apelan a la doctrina, que nunca
ha sido unánime, y escuchan, además, la voz de los científicos, que también es
plural. En todo caso, piden a sus jerarcas que respeten el pluralismo en la
sociedad y en la Iglesia católica y escuchen la voz de teólogos y científicos.
Sin condenas ni anatemas.